Noticias de Cantabria
29-09-2016 18:45

Autohemodonación

Cada estío el mismo pío. Durante las vacaciones de cada verano nos sorprende el mismo tipo de saludo, en forma de lamento, proveniente del Centro de Hemoterapia y Hemodonación de Castilla y León, con sede en Valladolid.

Que si la sangre se hace más necesaria durante los meses en que la duración de la luz solar es superior al resto del año. Que si los donantes regulares de sangre disminuyen. Que si las vacaciones hacen olvidar su habitual y voluntaria donación cuando parece ser que los hospitales necesitan más de ellos.

Como contrapartida, sería aconsejable, incluso recomendable, que no se estrangulara una acción voluntaria tal y como es ésta, sino que se proyectara de otra manera, ayudando, y sin reprochar, para nada su aparente olvido, pues no es ni más ni menos que un descanso merecido.

Lo que debería primar, sin tanta recriminación, sería aumentar la autohemodonación para intervenciones quirúrgicas programadas y dejar la hemodonación habitual para casos extremos como las urgencias, sobre todo catastróficas.

En teoría, y sobre el papel, en Medicina ocurre como en Arquitectura, que todo se ve magnífico, pero que en su aplicación, aunque haya ganado la estética, pierde la funcionalidad.

Para comenzar a mejorar habría que pensar en una reestructuración importante que, a la vista de lo existente, políticamente parecería una incorrección, que no médica, porque se conseguiría unos niveles aceptables de sangre durante todo el año, jamás faltaría sangre, y no haría falta tanta publicidad, mediante campañas de concienciación y de visibilización en medios de comunicación social, hacia lo que tanto gusta de llamar solidaridad sanguínea, frase muy atrayente, que acalla conciencias a costa de aumentar el gasto de dinero publico.

Así como cada especialidad médica y/o quirúrgica tiene sus actuaciones programadas y urgentes, la donación de sangre debería estar dividida en dos compartimentos, pero no estancos. Es decir, uno para la hemodonación voluntaria, que se utilizaría fundamentalmente para intervenciones quirúrgicas urgentes. Y otro, para la autohemodonación, que se utilizaría para intervenciones quirúrgicas programadas, englobadas en lista de espera, cuya fecha de utilización se sabría con una antelación de uno a tres meses. Para ello, se debería contar con que el futurible operado tendría que someterse a varias extracciones sanguíneas con un intervalo entre dos y tres semanas, contando que esta sangre propia le daría menos sustos que si fuera del vecino.

Lo curioso es que aún no se ha hecho un estudio serio sobre esta posibilidad, que abriría nuevos caminos. No habría sorpresas, no se desperdiciaría tanta sangre, siempre habría un volumen suficiente para las urgencias sin necesidad de pedigüeñar durante los meses de verano.

Y, como conclusión, se puede hacer un recordatorio: el cirujano, que precisa dos bolsas de sangre, disponibles antes de comenzar una intervención quirúrgica programada, que no una urgente, no puede elegir entre una transfusión sanguínea proveniente de una hemodonación voluntaria y una autohemodonación, porque quien decide es el hematólogo, que es quien recibe los medios para utilizar una sangre propia o ajena.

 

 

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