Noticias de Cantabria
15-02-2018 07:00

El Ateneo de Santander ha cercenado la Libertad de expresión y de opinión

Año 1933. Período de entreguerras. Alemania sufre una gran recesión económica causada por las indemnizaciones de guerra que tenía que pagar y por una industria que veía limitada su capacidad de producción a instancias de Francia.

La sociedad alemana se sentía desmoralizada y vencida. En ese ambiente un fanático supo acertar en su locura con lo que necesitaba el pueblo alemán: una voz que les devolviera su orgullo, que les hiciera partícipes de algo superior. Pero esa locura tenía un precio. El miedo.

Así lo relata Viktor Klemperer en sus diarios de aquella década. En la sociedad alemana existía miedo a disentir. Miedo a levantar la sospecha entre amigos y familiares de no pensar como ellos o como se suponía que tenían que pensar todos ellos. Miedo a opinar lo contrario que imponía el régimen totalitario, aunque muchos de ellos compartieran la misma opinión. Miedo a que la libertad de pensamiento expresada en confianza entre amigos, compañeros y familiares les pudiera poner en un peligro real.

En ese ambiente la libertad de pensamiento y expresión se convirtió en causa de discriminación social. El mero indicio de disentir y expresarlo públicamente fue lo que motivó la expulsión de las universidades de profesores y catedráticos. La sospecha se instaló en las relaciones sociales el silencio fue su cómplice y en ese caldo de cultivo creció el totalitarismo y destrozó la convivencia del pueblo alemán y, por extensión, de toda Europa.

El final de la historia o al menos de una parte de esa historia la conocemos. Fueron las democracias liberales las que devolvieron al solar europeo un marco de convivencia ya reflejado en muchas de las constituciones de los países, donde la libertad de pensamiento y de opinión era reconocida como un derecho fundamental de los ciudadanos. Donde la separación de poderes actuaba como medida eficaz contra cualquier veleidad totalitaria. Donde los ciudadanos adscritos a cualquier partido político de la ideología que fuera, podían participar en la vida pública de su país sin miedo alguno a ser detenido, juzgado y sentenciado por expresar y manifestar lo que pensaba.

Hoy en pleno siglo XXI en Europa y también aquí en España, la libertad de pensamiento y de opinión vuelve a verse amenazada. Las ideologías que tanto daño causaron el siglo pasado vuelven nuevamente a amenazar la convivencia. Cuando Alicia Rubio, profesora de Instituto y autora del libro “Cuando nos prohibieron ser mujeres… Y os persiguieron por ser hombres”, en donde rebate los falaces argumentos que sustentan la ideología de género, ve suspendida su conferencia en el Ateneo de Santander por la presión de treinta asociaciones, sindicatos y partidos políticos, debería hacernos pensar a todos los ciudadanos.

La libertad de conciencia, de pensamiento y de opinión son los pilares sobre los que se construye la democracia. Garantizar que todas las opiniones puedan ser expresadas en libertad debería ser una preocupación que quitara el sueño de todos nuestros políticos. Si no existe debate público, si no se permite la confrontación de ideas, si una ideología, sea la que sea, se instala en los despachos del poder, será la sociedad, los ciudadanos y en última instancia la convivencia la que sufra las consecuencias.

Defender la libertad de pensamiento y opinión es defender la democracia, es la vacuna que cura cualquier atisbo de totalitarismo. Es lo que nos ha permitido vivir en paz y construir sociedades prósperas donde las personas puedan sentirse libres.

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