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Opinión 23-10-2018 13:30

¡Viva la banda!

Dentro de la órbita política tenemos declaraciones, actos, que serpentean el insulto a la inteligencia. Sánchez anuncia desmarcarse de la cita Iglesias-Junqueras. Martínez Maíllo, tabernario, considera que “Iglesias es un crack, es el puto amo”. Sin que le falte razón, sus palabras ajan crédito a las formas políticas. Carmena se gasta un millón de euros en redecorar el palacio donde se ubica el ayuntamiento. Susana Díaz, asida al cinismo, ....

 

Mis lectores habituales conocen que soy partidario de utilizar como epígrafe títulos significativos de canciones, textos, refranes, películas o citas sugestivas. En esta ocasión opto por la película de Ricardo Palacios, cuya trama se desarrolla en plena Guerra Civil española. Sin embargo, el fondo jocoso del filme tiene poco que ver con la situación grotesca, pero espeluznante, que domina hoy la escena política. Aunque parezca paradójico, cualquier caricatura despliega dos sentimientos opuestos. Uno advierte el tinte estrafalario, sarcástico, hasta ridículo; esperpento que evita frustraciones en el tópico valle de lágrimas. Es la fórmula exclusiva para una autodefensa eficaz. Otro, menos imaginativo, más real pero amargo, usurpa al género humano su deseo, aun su derecho, a una felicidad efímera, terrena.  

Banda constituye un vocablo con acepciones que tienen un cimiento común: grupo, más o menos organizado, con tareas y objetivos distintos. Hoy, me interesa aquel significado, casi siempre peyorativo, referido a conjunto heterogéneo de individuos. Yendo al grano, me refiero a la plaga de políticos y comunicadores que permite esta piel de toro. Ambos armonizan un tándem preciso, necesario, imprescindible, para llegar al embeleco que constituye ahora mismo la democracia española. ¡Viva la banda! es el grito minoritario, adiposo, de quien vive a la sombra opípara del poder eventualmente detentado. El noventa por ciento de la población, como mínimo, debiera estar hastiada de tanto acoso farsante e impositor. Pero no. Hete aquí que han corrompido la conciencia social y al coro ruinoso, infame, se adhieren de muy buen grado -cuando llegan las elecciones- numerosos colectivos vejados y vehementes.

Un perfecto, codicioso, programa de ingeniería social (iniciado con el nefasto sistema educativo llamado LOGSE y con el complemento vil, felón, de una prensa huidiza) permite a políticos y periodistas vivir de forma regalada a costa del fraude democrático. ¿Cuándo, si no, individuos -con dudosa valía intelectual y catadura moral- podrían permitirse una vida regalada, propia de potentados? No preciso nombres, incluyendo todas las ideologías, para elaborar un memorándum presente en la mente popular. Quien me lea, sabe que culpo al pueblo de colaborador principal. Aunque el papel protagonista sea adjudicado exclusivamente a políticos y prensa, el ciudadano (ahora contribuyente) tiene un importante quehacer de comparsa, si bien muchos se crean estrellas. Por tanto, este pueblo es corresponsable activo de la coyuntura presente.

Lo típico -al tiempo que sustantivo- de la banda actual, viene configurado por el desorden anarquizante, folklórico. Avistamos fuerzas heterogéneas diluidas en el maremágnum político-mediático. Se ha difuminado la vieja socialdemocracia moderada, gobernante, con un comunismo totalitario, novecentista. Demagogia y populismo desbancan el mandamiento recto, ético. Izquierda y derecha abandonan sus espacios tradicionales jugando a novedosos sondeos, mañas e ingenios, mientras consiguen desorientar al ciudadano, desheredada marioneta. Experimentan, en este laboratorio desconcienzado, una utopía tiránica con la saña que no apetecen para lograr el Estado de Bienestar. Porque utopía cae dentro de su campo, válida solo cuando el objetivo se refleja en ellos mismos. Egoísmo se convierte en doctrina troncal por muchos esfuerzos que realicen para ocultar, con palabras talismán, sus verdaderos anhelos.

Cabría preguntarse, entre otros interrogantes no menos oportunos, qué reflexiones llevan a un partido de gobierno a pactar con totalitarios, presuntos delincuentes y reconocidos antiespañoles, unos presupuestos en vez de ejercer de auténtico patriota y convocar elecciones. Se emplea como justificación el que gobiernos precedentes lo hicieran. Constituye otro ejercicio de configurar un lenguaje ad hoc, torciendo el oficial, para modular mensajes contaminados y argumentar quimeras. Comprendo menos el cesarismo expelido por todas las siglas nacionales hasta el punto de emponzoñar sus respectivos partidos antes que abandonar el poder, bajo un consentimiento suicida o cretino. Pedro Sánchez prefiere amortajar el PSOE antes que abandonar La Moncloa. Vimos a su antecesor, resuelta su economía, en la misma tesitura.

¡Viva la banda! claman alborozados quienes, fuera de ella, sin nepotismo, descubren un futuro incierto, ruin. Banda, privilegio y arbitrariedad forman el trípode sobre el que se sustenta nuestra democracia. A lo sumo, cabe añadir que las muestras no presentan signos de afección a la gente. Incluso aquellos que se distanciaron de la casta, han resuelto zambullirse hasta el cuello en ella. A más a más, como dirían los catalanes, poseen guardia personal, un símbolo -como sabe todo el mundo- netamente proletario. Qué pronto convergen los que pretendieron abrir una brecha simbólica tan insustancial como falsa. La prensa también forma parte básica del espectáculo, cuya contribución seguramente es bien remunerada. En ocasiones, ciertos periodistas que atizan la progresía como método eficaz traspasan todas las líneas de lo razonable y campan a sus anchas por el repugnante fanatismo dogmático, cuando no maniqueo

Évole asevera con rotundidad: “Me preocupa Vox porque hay mucha gente dispuesta a votar a un partido fascista”. Fascista es un anacrónico recurso propagandístico que intenta resucitar tiempos olvidados, de siglos pretéritos, ya que ciertos partidos necesitan etiquetas poderosas que aviven el subconsciente colectivo. Santiago Gonzáles -en el polo opuesto, pero sin ofrecer alimento electoral- dice: “El peor presidente de nuestra Historia es un psicópata que emputece todo lo que toca”. Ambas no constituirán ningún breviario de frases célebres, ni por sobriedad ni por estilo. Tal vez, el cetro lo detenten El País con sus bandazos y la Sexta TV ejemplarizando una fidelidad indiscutida.

Dentro de la órbita política tenemos declaraciones, actos, que serpentean el insulto a la inteligencia. Sánchez anuncia desmarcarse de la cita Iglesias-Junqueras. Martínez Maíllo, tabernario, considera que “Iglesias es un crack, es el puto amo”. Sin que le falte razón, sus palabras ajan crédito a las formas políticas. Carmena se gasta un millón de euros en redecorar el palacio donde se ubica el ayuntamiento. Susana Díaz, asida al cinismo, exige a Tejerina que pida perdón a los niños andaluces, etcétera, etcétera. Es incuestionable. Una élite encumbrada, estafadora, viviendo a lo grande, exclama (olvidando a la gallina de los huevos de oro y en permanente francachela) ¡Viva la banda!

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