Noticias de Cantabria
23-12-2017 12:46

Teoría y praxis

Desde la Grecia clásica, teoría es un pensamiento especulativo referente al mundo, aspectos, estructura, y leyes. Praxis, por el contrario, indica actividad, ejecución, y se opone a inventiva. Sus orígenes deben buscarse en el marxismo, pero también en formas radical democráticas del pragmatismo americano.

La primera es limpia, abstracta, e implica ejecutoria de laboratorio, sin contaminación posible y por tanto verdadera, irreprochable. La praxis, asimismo, contamina el conjunto potenciando una divergencia que las hace definitivamente incompatibles. Tanta contradicción llega a acumularse entre ellas que, tras el triunfo de la Revolución Rusa, alguien tuvo el arrojo de considerar primer antimarxista, si viviera, al propio Marx.

Con cierto desenfado se asegura que una buena teoría lleva a la praxis y viceversa. Desconozco qué ilación puede conducir a conclusiones extrañas, tan alejadas del sentido común. Ese discurso induciría a certificar, por ejemplo, que el ente es responsable único de aciertos o extravíos. Rousseau resaltaba la bondad natural del hombre culpando a la sociedad de sus mezquindades manifiestas. En este caso se infiltra un mecanismo nuevo cuyo quehacer corruptor parece patente. Importa su anotación porque presenta diferencias con aquel otro mucho más maligno, casi siniestro: el poder. Luego, esta sociedad y el poder conforman, delimitan, la praxis contaminadora. Decía Deleuze que una teoría debe ser operativa, o construir otras, porque solo ella constituye un aparato de combate.

Intelectuales (eruditos o no), lectores, profanos, decentes y pecadores, construyen sus propias teorías, su particular forma de enfocar la vida. Unos la sacrifican buscando pautas, principios que puedan servir a los demás, en un permanente acto de servicio. Los hay quienes, de forma menos generosa, algo prosaica, pretenden acomodar esfuerzos y réditos privativos. Ambos terminan realizando intentos vanos pues sus loables pretensiones, al final, son sometidas por cuantiosas limitaciones humanas. Tal vez, intelectuales y profanos -polos casi opuestos, pero necesarios en toda sociedad- estén sometidos al poder disolvente, represivo, que se justifica como expresaba Foucault “por la dominación del bien sobre el mal, del orden sobre el desorden”. Un alegato falso, engreído, de la opresión.

Efectivamente, desde los filósofos griegos a los actuales -cuyo ámbito de análisis se ha extendido al político-sociológico- se atisban rigurosos intentos pedagógicos. Da igual ideario o corriente; el conjunto destaca por facilitar al individuo herramientas que le lleven a conocer el mundo, su esencia, atributos y peculiaridades. Desean exponer respuestas sobre nosotros y nuestro medio. También idean transmitir alientos para paliar angustias, complejos, temores. Concluyen con los empeños, casi siempre baldíos, de guiarnos por senderos ideales para lograr una convivencia armónica, el mejor sistema político y estructuras económicas sostenibles.

Poco importa a que dominio filosófico o doctrinal demos asistencia, crédito. Cualquier teoría atrae por igual loas e iniciativas, salvo aquellas que fomenten, acarreen, dogmas y sectarismo. Si bien uno u otro (dogmas y sectarismo) constituyen inclinaciones personales, soberanas, existen intelectuales incapaces de superar traumas personales. Son escasos porque mentes abiertas, excelentes, creativas, suelen imponerse a emociones obtusas, dañinas. Da igual, digo, porque luego -al darles forma material, hacerlas tangibles- surgen todo tipo de tachas con raíz común: el deseo de poder. Nuestra experiencia empírica lo avala sin necesidad de verificación incontrastable.

Es evidente que cuando las ideas se convierten en praxis, en cuerpo de acción, se ven corrompidas por defectos humanos. Toda praxis es impulsada por dos supuestos: ambición y yerro. Podemos observar, sin temor a suscitar falsas conjeturas, que la codicia aprovecha principios orlados de ética social para detentar un poder espurio, en sus diferentes versiones. Cuando la teoría proviene del individuo que pretende orientar su vida sobre una praxis sencilla, sosegada, suele esperarle la desilusión a cada centímetro del recorrido. Confirma el error que se esconde tras la máxima pretexto, absolutoria: “El hombre propone y Dios dispone”.

Cada día vemos el escenario más iluminado, con mayor claridad. Conservadores, liberales, socialdemócratas, marxistas reconvertidos, separatistas, antisistema, todos pueden encontrar diversos recovecos teóricos que se avengan o acoplen a sus respectivos idearios. Aquí, en este aspecto, mantienen argumentos, premisas, distintos incluso opuestos. Al menos lo aparentan. Luego llega la praxis y -salvo los que asoman tics dictatoriales, tiránicos- elimina esas diferencias igualando proyectos, comportamientos. Por este motivo, ninguna sigla sustenta su campaña electoral con la confusa estrategia de airear programas. Discriminarlos sería un ejercicio apto solo para hermeneutas. Es más rentable apelar al bajo instinto que a la mente. Quien recurre a esta corre el riesgo de pasar inadvertido.

Lamentablemente, las elecciones catalanas confirman lo expuesto. ¿Cómo puede obtener de nuevo mayoría el bloque que lleva al abismo a Cataluña? Afirmo que la campaña electoral se ha basado en la praxis. Una praxis falaz, insólita, indigna; con demasiada frecuencia inmunda, apestosa. Por desgracia, España cada vez se aleja más de los principios, de los valores teóricos, de la teoría, para asirnos con desesperación, adictos, obsesos, a una praxis humillante, destructiva.

 

Feliz Navidad y que el año dos mil dieciocho traiga, aparte de salud y concordia, sentido común.

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