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Opinión 16-06-2018 04:44

El otro Tsunami

Uno -a veces, cuando duerme- se siente angustiado por pesadillas propias de la niñez. Recuerdo, en mis años casi infantiles, al monstruo de dos o cuatro patas que me perseguía impasible sin alcanzarme.

Uno -a veces, cuando duerme- se siente angustiado por pesadillas propias de la niñez. Recuerdo, en mis años casi infantiles, al monstruo de dos o cuatro patas que me perseguía impasible sin alcanzarme. Resultaba extraordinario advertir cómo sus movimientos eran proporcionales a los míos en una carrera sin fin. Nos diferenciaba mi sudor frío y su rictus voraz. Ignoro si aquellos episodios significaban la continuidad del niño inquieto, perseverante en la vela. Nunca me ha interesado conocer qué encerraban aquellos sueños al parecer bastante comunes en esas edades. Ahora, las congojas me las producen agentes externos con rostro tranquilizador, pero de parecida monstruosidad. Aquellos, al cabo despierto, sucumbían bajo la tenue luz que atravesaba una ventana interior. Estas, no hay forma humana de vencerlas, de apartarlas de tu vida, porque son reacias a dejarte en paz.

El eudemonismo es una actitud que permite al hombre encontrar su felicidad. Se piensa que el origen filosófico del Estado radica precisamente en conseguir este objetivo. Para ello, es imprescindible entregarse a una autoridad opuesta a cualquier poder que acarree tiranía y penurias. Kant era partidario del deber como concepto fundamental y camino idóneo para alcanzar una felicidad transitoria. Lo malo e insoluble acontece cuando el político gusta de haberes mientras huye de los deberes. Cuarenta años desde que enterramos la dictadura, han servido para comprobar el grado de indigencia moral e intelectual atesorado por nuestros prohombres. Sin ánimo de hacer comparaciones, temo que haya una distancia astronómica entre el estilo del sur -falto de ética y estética- respecto al que se da en los países septentrionales. Al menos, eso indica el tópico.

Iniciamos junio, mes rebelde e irregular, con la derrota de Rajoy en jornada que llevó a Sánchez al gobierno. Expresé inmediatamente -contra elogios excesivos, laudatorios- mis dudas acerca de la dignificación democrática aneja a aquella derrota inesperada. El procedimiento fue legítimo, legal, pero el trasfondo olía a ambiciones o rencores personales y colectivos, no a discrepancias doctrinales. Nadie puede creerse cismas ideológicos, salvo concepción del Estado Autonómico, entre PP, PDeCat y PNV. Asimismo, referente al biombo de la corrupción, los censores cerraron ojos y oídos a la que acopiaban siglas validadoras. ¿A situaciones así llaman frívolamente dignificar las instituciones? ¿Era el eudemonismo materia de análisis? Cada cual juzgue a su criterio razones ocultas y sinrazones ostensibles.

Renuncio a poner nota al nuevo examinando. Me parecería precipitado e injusto corregir tan repentino tareas que viene realizando. Queda tiempo, o no, para abordar el foco de observación, para engrandecer el campo visual. Suponiendo que cayera el gobierno de forma fulminante por su propia deslealtad, la nota iría implícita en dicha contingencia; luego, no parece apremiante someterlo a prueba específica. Algún paso inicial, podemos apreciarlo como síntoma más que como suceso. Litigio de promoción y no de praxis. Sea cual el resultado, Sánchez lo tiene difícil. Si cumple presuntas promesas el PSOE entraría en erupción y si no lo hiciera su aislamiento debiera tener consecuencias definitivas. Cualquier grupo heterogéneo, discordante, produce antes que después efectos corrosivos.

Al epígrafe que abre el artículo, me llevó mi desapego con lo hiperbólico y, de rebote también, cierto rechazo a la ligereza. No obstante, sin caer en excesos, podía haberme referido a tales efectos trágicos en plural. Entre los tsunamis virtuales, presuntos y reales, este ejecutivo tiene visos de batir varias marcas sin despeinarse, en socorrida frase popular. Podríamos sumar al ingénito de la moción unos cuantos más con entidad potencial o confirmada. Lo del efímero ministro de cultura y deporte fue un pequeño maremoto a causa de los vientos renovadores y retóricos (puro voluntarismo hueco) del presidente. Incluso el relevo recibe un plácet que se le negó al primigenio. Vicisitudes, en cuantiosos órdenes de la existencia, deslindadas por esa perspectiva filosófica llamada fenomenología. 

Dos son los tsunamis que acechan al actual gobierno. Uno procede de la cada vez mayor zozobra al desconocer, tras quince días, el proyecto de país que tiene Sánchez y que debió desmenuzar con detalle cuando presentó su moción. A estas alturas, el traído y llevado plasma gana peso comparándolo con los tenaces silencios actuales. Ocurren lances que anteriormente hacían clamar a la oposición y a los medios. Ahora, con mayor pujanza, calla quien antes se desbocaba. Advierto apatía, prudencia cosmética o ineptitud. Tal vez un combinado selecto cara al proceso electoral que se otea próximo dado el número de diputados con que cuenta el PSOE. La astucia del presidente -que no afecta al bienestar ciudadano- le dicta caminar con trayectoria definida por el anterior ejecutivo antes que prodigarse en experimentos, previsiblemente pactados, cuyo efecto electoral sería apocalíptico.

El otro, dudo de su sincero arranque, viene definido por las cargas soberanistas. Se reclama -entre distintas menudencias pecuniarias- acercar presos al País Vasco y Cataluña sin formular matices. Es innegable, de momento, que el presidente catalán y todo su gobierno se salta a la torera leyes y recomendaciones del Tribunal Constitucional. Echa un pulso manifiesto a este gobierno débil que se ha aupado mediante procedimientos antiestéticos e inusuales. Malo si calla, peor si no actúa. Esperar el manido tópico del diálogo es tan estéril como pedir orden en un motín, ya que ellos fían todo a la confrontación. Según qué situaciones o escenarios nos encontremos, se requieren vías de acuerdo u hostilidad.

Quiero terminar, de puntillas, analizando el pequeño tsunami que se cierne sobre el “Acuarius”. Señalar actores que persigan desgracias ajenas, asimismo huérfanos de sentimientos humanitarios, me parece rastrero. Estoy convencido: existen buenos deseos con independencia de ideas o doctrinas. Por este motivo, holgarse ebrios de gloria, hacer gestos fútiles, impostados, sirven para lo que sirven. Advierto un contrasentido entre el proceder oficial sobre los migrantes que llegan en patera, o saltan las vallas de Ceuta y Melilla, respecto a los centenares repudiados por Italia y Malta. Oponer muertos y solidaridad -amén de loar políticas determinadas- me parece ruin, argumentación sectaria y populismo corruptor. El problema es mucho más complejo y no sirven soluciones simplonas, casi maliciosas. Su resolución no corresponde a Naciones aisladas sino al mundo desarrollado, en este caso a Europa.

 

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