Noticias de Cantabria
07-10-2007 12:32

Genésis e historia del integrismo islámico (y V)

"A finales de los ochenta, el FLN aparecía desgastado y sin proyecto, convertido en mero monopolio del poder. Empezó a hacer concesiones como la reducción de derechos de las mujeres y una política de subvención a las mezquitas".

 

 

Los integristas pasaron a ser un factor de desestabilización del mundo musulmán. Los palestinos fueron un campo abonado de infección. La intifada de 1987 representó el ascenso de los nuevos movimientos integristas –Hamas y la Jihad Islámica- con la Organización para la Liberación de Palestina de Yaser Arafat, que tenía un contenido nacionalista y socialista, y había sido pionera en la utilización del terrorismo para obtener objetivos políticos. Los dos nuevos grupos emprenderían el camino del terrorismo suicida. Eso introdujo a los palestinos en una espiral de violencia sin salida, pues el programa máximo rechazaba la negociación y apostaba por echar a los judíos al mar; es decir, por el exterminio. Esta radicalización fue primada por las petromonarquías: ¡en 1990, Kuwait donó sesenta millones de dólares a Hamas y sólo veintisiete millones a la OLP!. Los jóvenes desocupados suministraban el material humano para el integrismo. Un proceso similar al padecido en Argelia, un país que estuvo a punto de sucumbir al integrismo, a través del FIS. También la explosión demográfica fue una clave, como el deterioro económico por los procesos de nacionalización, como la reforma agraria colectivista que desposeyó a las cofradías musulmanas rurales.


A finales de los ochenta, el FLN aparecía desgastado y sin proyecto, convertido en mero monopolio del poder. Empezó a hacer concesiones como la reducción de derechos de las mujeres y una política de subvención a las mezquitas. El retorno de los “internacionalistas” que habían combatido en Afganistán dio nuevas fuerzas a movimientos conservadores centrados en la vuelta a la religiosidad. Unidos en la reclamación de la sharia, en 1988 se produjeron los primeros incidentes graves. En marzo de 1989 se creó el Frente Islámico de Salvación, que obtuvo la victoria en las elecciones locales de junio de 1990 y en las generales de diciembre de 1991. El ejército tenía la experiencia de la purga iraní. Militares y policías temieron por sus vidas, así que anularon el resultado y tomaron el control. Estalló una cruenta guerra civil, de inusitado salvajismo. El integrismo se dividió en dos movimientos, el GIA y el AIS. La crueldad desatada por los “afganos” del GIA, con exterminio de aldeas, mutilación y decapitación de sus víctimas, la extensión de sus enemigos mediante la anatemización de grupos cada vez más extensos, hicieron que la población les fuera dando de lado, y que el movimiento concluyera en una orgía de asesinatos internos. El GIA montó la retaguardia de su aparato de propaganda en Londres –donde se editaban sus periódicos- y se infiltró en Francia –también en España- a través de la emigración, promoviendo atentados contra la antigua potencia colonial en un intento de galvanizar a las masas.


A lo largo de los años noventa, el integrismo fracasó también en su intento de desestabilizar Egipto. El proceso tuvo similitudes con el argelino, pues el gobierno hizo también concesiones “culturales” al integrismo e impuso la sharia, permitiendo una persecución constante contra los coptos. Los integristas quisieron atacar a los “satanes occidentales” y a las bases económicas del país con una serie de atentados contra turistas. En 1986 asesinaron a dieciocho turistas griegos confundiéndoles con judíos, justificando la matanza como “una venganza contra los judíos, hijos de monos y cerdos, y adoradores del demonio, por la sangre de los mártires caídos en tierras del Líbano”. En 1997 un grupo de integristas protagonizaron una masacre de turistas en Luxor. Las clases medias dependientes del turismo se asustaron y respaldaron la represión sin contemplaciones del ejército. El jeque Omar Abdel Rhaman, el ideólogo de los integristas egipcios más sanguinarios, emigró a Estados Unidos. Era un signo de los tiempos que los extremistas encontraran fácil acomodo en un Occidente al que odiaban. Fue condenado como inductor del primer atentado contra las Torres Gemelas. Los suicidas se habían reclutado entre los seguidores de sus inflamadas prédicas.


El 2 de agosto de 1990 Sadam Husein invadió Kuwait. Un hecho llamado a tener hondas consecuencias y a afectar al conjunto del movimiento integrista. Los tanques iraquíes sobrepasaron la frontera saudí. Ante la posibilidad de ser invadidos en poco tiempo, la monarquía pidió auxilio a los Estados Unidos. La respuesta internacional aceleró la “conversión” integrista de Sadam que invocó la jihad contra el “satán” norteamericano. Osama ben Laden había ofrecido sus internacionales a Ryad, pero consideró una profanación de la tierra del Profeta, constitucionalmente santa, la presencia de militares “infieles”. Ahí se consumó la escisión.


Detengámonos por un momento a analizar el personaje. La idea de los desheredados de la tierra no tiene nada que ver con él. Nacido en 1957, es uno de los cincuenta y cuatro hijos e hijas engendrados por Mohamed ben Laden, un albañil yemení, que entró al servicio de la corte y escaló posiciones, hasta convertirse “en el mayor empresario de obras públicas del reino y en uno de los primeros de Oriente Medio. Consiguió la concesión exclusiva de la extensión y el mantenimiento de la Gran Mezquita de La Meca, así como todas las autopistas que llevaban a ella desde las principales ciudades del territorio saudí. Cuando en 1968 murió a causa de un accidente, su fortuna alcanzaba los once mil millones de dólares”6. Sus hijos fueron educados junto a la familia real. Osama tuvo la juventud disipada de un príncipe saudí. Se le sitúa como un habitual de las discotecas de Marbella y de Beirut. La imagen de un asceta del desierto, de un piadoso camellero, es la estudiada creación de un personaje.


Afganistán fue para él lo más parecido a “sentar la cabeza”. Montó la infraestructura en Pesahwat de los brigadistas, y pronto derivó la estrategia saudí a un componente de liderazgo personal. Saboreó los placeres de la violencia y de esa corrupción moral, de la que hablara Lord Acton, del poder sobre las vidas humanas. Su dinero y sus empresas sirvieron para el intento de exportar la experiencia afgana al resto de países musulmanes, entre los que Arabia Saudí era un objetivo preferente. El asesinato en Mogasdicio en 1993 de dieciocho militares norteamericanos forzó, por la presión diplomática, su salida de Sudán, donde se había instalado para seguir la infección del Magreb. En el verano de 1996, volvió a Afganistán desde donde difundió una fataw de jihad contra los americanos: “Expulsad a los politeístas de la península Arábiga”, situando “la ocupación de la tierra de los dos Santos Lugares como la peor de las agresiones”. En febrero de 1998 creó el Frente Islámico Internacional contra los Judíos y los Cruzados con una fatwa estipulando que “todo musulmán que esté en condiciones de hacerlo tiene el deber personal de matar a los americanos y a sus aliados, civiles y militares, en cualquier país donde sea posible”. Una llamada clara al genocidio sin excepción alguna.


El integrismo, tras el auge en los años ochenta, entró en claro retroceso a lo largo de la década de los noventa. Su intento de toma del poder había fracasado. La intervención de una brigada internacionalista en Bosnia escandalizó a los europeizados musulmanes de esa nación, a la vista de las atrocidades, superiores a las de los serbios. La sublevación de Chechenia, después de una campaña de terrorismo en Moscú, fue contestada por el Kremlin. Sobre todo, el integrismo había ahuyentado a las clases medias piadosas y se había ganado desconfianzas y enemigos, pues nadie podía estar seguro de ser anatemizado. “Estos cuantos miles de jihadistas, apartados del terreno afgano pero imbuidos de su experiencia, se anquilosaron en una lógica político-religiosa sectaria, al margen de las realidades sociales del mundo en el que vivían. La falta de enlaces internacionales de peso y el alejamiento de cualquier movimiento social facilitaron el paso de Ben Laden y de sus acólitos a un activismo del que en realidad ya no se sabía a qué intereses respondía”. Tibias liberalizaciones en Egipto y Argelia ampliaron la base social de los gobiernos con la aparición de nuevos empresarios.


La declaración de la guerra santa contra Estados Unidos era una forma de intentar salir de este atolladero para intentar galvanizar a las masas juveniles, sobrepasando a los gobiernos, marcando un enemigo común y retomando todo el odio sembrado contra la civilización occidental en las predicas de los viernes en las mezquitas y en las escuelas coránicas. El atentado de las Torres Gemelas fue, desde ese punto de vista, no una muestra de fortaleza sino manifestación de debilidad extrema. El intento de recuperar un liderazgo perdido. El suicidio colectivo del integrismo, ¿para promover un choque de civilizaciones?


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Comentarios(1):

Menu - 27-11-2007

Hoy he estado escuchando al Sr. De Diego en Intereconomía. No está mal el programa... bueno, lo poco que hablan entre la publicidad que hace de uno de sus libros y la publicidad que hace de otro.