Noticias de Cantabria
22-02-2008 10:34

Emocionado adios al último grande que nos llegó de América

Confieso mi envidia a los que van a tener la inmensa suerte de ser testigos de la última corrida, la definitiva, de Cesar Rincón que tendrá lugar el próximo domingo 24 de febrero en su plaza de Santa María en Bogotá (Colombia).

Me hubiera encantado estar presente y junto a él para darle un gran abrazo pero, como no lo puedo hacer, quiero enviarle con estas líneas, que deseo sean lo más sinceras y cariñosas posibles, mi más cordial enhorabuena por haber cerrado felizmente una carrera tan larga, brillante y fecunda como llena de obstáculos, algunos para casi todos los que se visten de luces, insalvables. Mañana, cuando me despierte y entre en este blog para ver los comentarios que surjan como es mi costumbre, espero que lo que voy a escribir, lejos de provocar controversias, depare unánimes comentarios desde la general admiración por quien ha sido el último gran torero que nos llegó de América.

Cuando llegaste a España, querido Cesar, y te vi por primera vez abriéndome la puerta del Chalet de Luís Álvarez, donde vivías antes de irrumpir gloriosamente en Las Ventas – tu plaza del Espíritu Santo que poco tiempo después te glorificaría para siempre -, yo sabía muy poco de tu carrera en Colombia, donde ya eras figura antes de serlo en todo el mundo. Pero enseguida lo supe todo y, cuando pensé en ello y a la vez recordé tu natural y abierta sonrisa de niño que jamás perdiste, no pude por menos que imaginarte en tus muchas dobles y aparentemente opuestas virtudes, luego tantas veces demostradas. Humilde y grande. Niño y hombre. Sabio y sencilloTemeroso y valiente. Aparentemente frágil por fuera e inmensamente fuerte por dentro. Tímido en la calle y extrovertido en los ruedos. Respetuoso en el trato, intratable ante los toros y ambicioso a la par que generoso. Digo todo esto porque como, si es verdad – que lo es – aquello que dijo Juan Belmonte, “se torea como se es”, en ti, Cesar, también se cumplió el inapelable aserto y de qué modo.

Bastaron unos meses para comprobarlo y, además, para ser testigo muy especial de ello porque, por entonces, yo dirigía un programa semanal de información taurina en Tele Madrid y, primero desde los callejones de las plazas, y luego al tener que elegir y montar las imágenes de tus actuaciones, tuve la preciosa oportunidad de seguirte muy de cerca y de entrevistarte en muchas ocasiones. Recuerdo aquella soleada y todavía fresca tarde con toros de “Cuadri” en Las Ventas cuando alternaste antes de la feria de San Isidro con Enrique Ponce quien, a partir de esa tarde, iba a ser tu más importante y encarnizado rival y el torero que, precisamente, te acompañará el domingo en ese mano a mano que muchos esperamos ver pronto sentados delante de nuestro ordenador porque supongo que más de un vídeo del festejo lo subirán al ya imprescindible portal “youtube.com”. Recuerdo, digo, la sorda aunque honda impresión que me causaste a pesar de que esa tarde no se prestó el ganado y, como Enrique, no pudiste triunfar. Pero a mi me bastó – siempre me basta con todos los toreros – comprobar cual fue tu actitud y cuanta tu aptitud para descubrir tus incalculables posibilidades.

Todos los aficionados saben y la mayoría de los críticos hemos escrito muchos artículos sobre cuanto pasó después a lo largo de intensas temporadas, como acerca de tu manera de torear, sobre tu portentoso mejor concepto del toreo cada vez que los has podido llevar a cabo, sobre tus incontables hazañas y no es cosa de repetirlo y menos entrar en detalles. Solo enunciarlo: La impresionante ascensión a la gloria y tu conquista del poder. Tu inagotable fe en ti mismo. Tu largo reinado en Francia en donde gobernaste como pocos. Tus inevitables baches de los que siempre supiste salir con triunfos incontestables lo que te convirtió tantas veces en héroe. Y, sobe todo, lo mucho que sufriste y batallaste, incansablemente, para librarte de la grave enfermedad que te dejó en tan mal estado físico que parecía imposible pudieras superarla. Algo que, creo, lograste gracias al amor que sentías por tu profesión porque, si no hubieras sido un torero de raza, un torero de verdad, un torero con todo lo que hay que tener, ninguna otra cosa te habría ayudado tanto a conseguir “resucitar” como finalmente resucitaste.

Lo que si quiero recordar más detenidamente ahora, son dos anécdotas que vivimos ambos durante aquella temporada histórica e irrepetible de 1991. La primera sucedió en la feria de Almería cuando una señora que estaba en una barrera me pidió que pidiera a Cesar Rincón que le firmara un abanico. Yo se lo mostré al matador y le ofrecí mi bolígrafo para que lo hiciera a lo que Cesar accedió gustoso. Una vez terminó la dedicatoria y al devolverme Cesar el bolígrafo, le dije que cuando terminara la temporada, si seguía en el mismo plan arrollador, se lo regalaría como recuerdo de las muchas cosas buenas y extraordinarias que había tenido el placer de contemplar y reseñar tanto en la prensa como en la radio y en la televisión. Cesar sonrió abiertamente, como acostumbra, y pasaron los días.

La segunda anécdota, consecuencia de la anterior, tuvo lugar en plena feria del Pilar en Zaragoza. Yo tenía citado a Cesar en el Gran Hotel para llevarle en mi coche hasta donde había pensado entrevistarle para uno de mis programas en Tele Madrid. Al otro lado de río Ebro, frente a la Basílica del Pilar. Y así lo hicimos. La entrevista fue un repaso completo sobre la gran temporada que iba a culminar esa misma tarde y, antes de terminarla, saqué mi bolígrafo – “el que te había prometido en Almería”, le dije, y se lo entregué. La última pregunta fue sugerirle si quería que las cámaras nos siguieran hasta la basílica e incluso hasta su interior para rezar ante la Virgen del Pilar donde daríamos las gracias por lo bien que le había ido la sería histórica campaña. Cesar, conforme y encantado, me siguió y tras nosotros las cámaras que filmaron todo el recorrido. Una vez dentro del templo y al tiempo que nos arrodillamos ante la Pilarica pudimos escuchar una maravillosa jota en honor la de Virgen y de los que acudían a postrarse para pedirle algo. Como es lógico, nos emocionamos mucho en aquel maravilloso e inolvidable instante. Pues bien, con todo este precioso material pude llevar a cabo uno de los reportajes más bonitos y emocionantes que hice en toda mi ya muy larga vida para la televisión. Y cuando se emitió, se bloquearon todas las líneas telefónicas de la emisora. Muchos no pudieron contener las lágrimas. Como estoy seguro sucederá pasado mañana en Bogotá.

Que tengas mucha suerte, maestro, que Dios y la Virgen del Pilar te guarden y te hagan muy feliz el resto de tu vida porque te lo mereces como pocos. Y un fuerte abrazo, ya desde España, en donde faltan muy pocos días para que de comienzo la temporada taurina, justo unas horas antes de que hagas el último paseíllo de tu vida profesional. Siempre te recordaremos.

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