Noticias de Cantabria
03-10-2007 23:53

Genésis e historia del integrismo islámico (III)

" La dinastía Pahlevi, aunque nacida de un golpe de estado en 1921, se consideraba heredera de Ciro el Persa, y mantenía una posición de confrontación respecto a los ayatolás chíies a los que consideraba retrógrados".

 

Con este apoyo económico, los ulemas plantearon una directa competencia a los intelectuales que habían suplantado su función. Las interpretaciones alegóricas del Corán fueron perseguidas como apostasía y sus defensores anatemizados por fatwas, documentos jurídicos de obligado cumplimiento, de forma que fueron siendo asesinados por los fanáticos. Los años setenta conocieron un auge general y sin precedentes del integrismo. Gobiernos de ese signo se impusieron en Malasia y Sudán.

 

Irán iba a dar un fuerte impulso a ese proceso. La dinastía Pahlevi, aunque nacida de un golpe de estado en 1921, se consideraba heredera de Ciro el Persa, y mantenía una posición de confrontación respecto a los ayatolás chíies a los que consideraba retrógrados. El Sha de Persia era una extraña mezcla de prooccidentalismo en las relaciones internacionales, de ostentación en los fastos de la corte y de socialismo real en la política económica a través del partido único en el que se promovían formas de culto a la personalidad. Los chiíes, como religión, se habían desgajado con la derrota y muerte del cuarto imán, Alí, yerno de Mahoma, y esperaban su vuelta, lo que había impregnado de un estilo quietista a sus relaciones con la política. Jomeini, desde la ciudad santa de Quom, y desde su exilio en París, promovió una nueva mentalidad activista convirtiendo las procesiones de dolor por la muerte de Alí en manifestaciones contra el régimen. Reza Pahlevi quiso iniciar la llamada “revolución blanca” uniendo principios del “capitalismo y el comunismo”.


En el fondo y en la forma, con la riqueza del petróleo, impulsó la presencia del Estado en todas las instancias económicas; gastó demasiado, demasiado rápido, eso provocó inflación. Incapaz de reconocer su error, lanzó a la policía contra “acaparadores” y “especuladores”. Hubo detenciones en el bazar, malquistándose con los comerciantes. Un proyecto del Sha, presentado como un impulso modernizador, anunció la extensión del derecho al voto a las mujeres y una reforma agraria colectivista gravemente lesiva para el clero. El campo conservador había sido un apoyo de la monarquía, pero el Sha montó la “administración agrícola unificada”, con granjas colectivas y destrucción de las viejas aldeas con traslados a pueblos “modelo”. Cundió el descontento. Jomeini hizo acercamientos a los comerciantes del bazar, descontentos con su marginación política, y asumió un discurso retórico próximo a la izquierda presentando su proyecto de conservadurismo moral junto con reclamaciones del Islam como la religión de los “desheradados” para establecer una alianza con los muyahidines. Eran los tiempos de Jimmy Carter y los Estados Unidos retiraron su confianza al Sha, acusado de una política contraria a los derechos humanos. Fue la puntilla. La “república islámica” dio amplios poderes a Jomeini. Mostró una faz sanguinaria desde el inicio. Los dos primeros años ejecutó a ocho mil personas. Veintitrés generales y cuatrocientos oficiales del ejército de la policía; se ensañó con las minorías religiosas –judíos, cristianos, sabeanos y sunnitas- y, por último, fue inmisericorde con sus antiguos aliados. Los miembros del partido comunista Tudesh fueron los últimos de la purga. Aparecieron en la televisión afirmando la superioridad del Islam sobre el marxismo, en un remedo de los viejos juicios de Moscú, y luego desaparecieron sin dejar rastro.

 

Egipto fue otra de las naciones en donde los integristas pusieron sus miras. El 6 de octubre de 1981, un grupo de terroristas asesinó al presidente Sadat durante un desfile militar. Sadat había sido objeto de fatwas por firmar la paz con Israel, pero al tiempo abrió la mano y fue condescendiente con sus verdugos. Los asesinos declararon en los interrogatorios que buscaban provocar una sublevación de las masas, una “revolución popular”.

 


La guerra irano-irakí, iniciada en 1980 y finalizada ocho después sin resultados concluyentes, con un millón de muertos, inició una serie de estrategias diplomáticas en las que Estados Unidos fue de la mano de Arabia Saudí, a quien Jomeini pugnaba por arrebatar el liderazgo. Diversas naciones, incluida Rusia, apoyaron a Sadam Hussein, a pesar de su merecida fama de pistolero sin escrúpulos. Momento es de analizar la perniciosa influencia de los “mejores aliados de Occidente”.

 

¡El rey Fahd más radical y pernicioso que Jomeini! “En la época que siguió a la guerra de octubre de 1973 se consolidó el poder financiero saudí, lo que permitió a la corriente wahabista-islamista, puritana y socialmente conservadora, extenderse por todas partes y conquistar una posición de fuerza en la expresión internacional del Islam. Su repercusión era menos visible que la del Irán jomeinista pero era más profunda y podía tener una vida más duradera”. ¿Qué predica esa corriente de “nuestros amigos”? La aversión a la corrupción de costumbres occidental, el odio a Occidente. Es decir, el odio a Occidente que ha provocado los atentados de las Torres Gemelas y los trenes de la muerte corrió a lomos de los petrodólares. “Aunque oponía claramente la virtuosa civilización islámica a la corrupción de Occidente, Arabia Saudí, de donde procedía la mayor parte de los fondos, siguió siendo un aliado esencial de los Estados Unidos y Occidente frente al bloque soviético”.

 

Arabia Saudí tuvo especial interés en radicalizar con su modelo a los grupos de inmigrantes en las naciones occidentales. Financió más de mil quinientas mezquitas de un modelo estándar para evitar peculiaridades nacionales. Las convirtió en centros asistenciales. En los países musulmanes se inmiscuyó en las relaciones entre la sociedad y el Estado, poniendo en evidencia a éste. ¡Proceso de globalización religiosa! La familia real buscaba establecer su hegemonía sobre todo el Islam. “Su objetivo era al mismo tiempo hacer del Islam una figura de primera línea en la escena internacional, que sustituyera a los nacionalismos derrotados, y reducir las formas de expresión plurales de esta religión a las creencias de los señores de La Meca. Gestores de un inmenso imperio de beneficencia y caridad, el poder saudí pretendía legitimar la prosperidad que se identificaba con el maná divino porque se producía en la Península donde el profeta Mahoma había tenido la Revelación”. Un argumento definitivo para el fundamentalismo providencialista.

 

Estos sueños de califato encontraron un serio escollo en Jomeini. El liderazgo alcanzado por la revolución iraní hizo que ajustaran viejas cuentas. Los saudíes habían destruido como objetos de idolatría las tumbas de los primeros imanes y la de Fátima, la hija de Mahoma y esposa de Alí, venerados por los chíies. El ayatolá acusó a la familia real saudí de lujo desmedido e hipocresía; rigoristas pero al tiempo proveedores de petróleo de Occidente”, de Estados Unidos, situado por el ayatolá como “gran Satán”. Jomeini se dispuso a plantear la batalla en el propio corazón del Islam. Saudíes opositores a la familia real se hicieron fuertes en la Gran Mezquita y las fuerzas saudíes tardaron una semana en reducirlos. No se pudo demostrar que Jomeini estuviera detrás. Pero en cada peregrinación, hajj, la que los piadosos musulmanes han de hacer una vez en la vida, los iraníes hacían propaganda de la “revolución islámica”.


El jomeinismo puso en marcha algunas estrategias, entonces fracasadas, pero que abrirían sendas de imitación. Intentó, para agradecer su asilo, exportar la revolución a los inmigrantes en Francia contra los “satanes occidentales”, lo que se tradujo en una primera ola de atentados. Creó y financió el grupo Hezbolá en el Líbano con la comunidad chií, ayudando a destruir lo más parecido a una democracia en el mundo árabe. Hezbolá fue uno de los primeros grupos en poner en práctica el terrorismo suicida.

 

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