Noticias de Cantabria
06-10-2007 14:59

Genésis e historia del integrismo islámico (IV)

El 22 de septiembre de 1980, Sadam Husein invadió Irán. Lo consideraba debilitado en su poder militar por las purgas integristas en el ejército y aspiraba a abrirse paso hacia el mar.

 

El 22 de septiembre de 1980, Sadam Husein invadió Irán. Lo consideraba debilitado en su poder militar por las purgas integristas en el ejército y aspiraba a abrirse paso hacia el mar. Empiezan una serie de malentendidos y complicidades de esa señora tuerta de la diplomacia. Los saudíes ven el cielo abierto para ajustar las cuentas con el enemigo que les ha plantado cara obligándoles a movilizar todo su clientelismo salafista para evitar el descrédito religioso. Estados Unidos está herido por el secuestro de sus diplomáticos en la embajada y por la retórica diabolizadora de los jomeinistas. Llueven, pues, las ayudas a un Husein en acelerado proceso de conversión del baasismo al integrismo, pues Jomeini lo tilda de “apóstata” e “irreligioso”, exagera sus muestras de devoción. La guerra entre Irán e Irak quedó en tablas, pero provocó el “martirio” de toda una generación iraní, lanzada como carne de cañón, y dejó a Husein con un sistema económico inviable y un ejército elefántico y bien pertrechado.

 

Con un Teherán debilitado, en el hajj de 1987, la policía saudí rodeó a los peregrinos iraníes y mató a cuatrocientos. Jomeini, meses antes de su muerte, trató de recuperar su papel central en el mundo islámico con un golpe de efecto. El 14 de enero de 1989 un grupo de musulmanes ingleses se manifestó en Bradford quemando ejemplares del libro Versos satánicos, de Salman Rushdie, considerado blasfemo por sus referencias a las mujeres de Mahoma. Eso llamó la atención de Jomeini quien en una fatwa hizo una llamada a su asesinato: “informo al orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor de los Versos satánicos, que se opone al Islam, al Profeta y al Corán, y todos los que participaron en su publicación y conocían su contenido, están sentenciados a muerte”. Atacando de forma directa a la libertad de creación y de expresión lo hacía a la base de los valores occidentales, al tiempo que recreaba la idea de Dar el Islam, implicando en ella a los grupos musulmanes de Occidente. Demostraba su dominio, en base a la religión, sobre ellas. En varios lugares las manifestaciones terminaron con quemas de libros recordando los tiempos nazis; los saudíes intentaron promover una acción jurídica para obtener la censura del libro y en Londres los manifestantes musulmanes corearon gritos a favor de la fatwa y del asesinato del escritor. El integrismo triunfaba en las mismas entrañas de Occidente, en la misma ciudad que un día fuera el símbolo de la resistencia al nazismo.

 

¡El integrismo no existiría sin Arabia Saudí! ¡No hubiera alcanzado sus actuales dimensiones sin las dispendiosas y siempre llenas arcas de la familia real saudí! “La dinastía saudí –dice Gilles Keple- puso su fabulosa riqueza al servicio de una opción conservadora de las relaciones sociales. Exaltó el rigor moral y financió en su nombre la difusión mundial de todos los grupos o partidos que iban a adherirse a ella. Multiplicando las concesiones en el ámbito cultural y moral, el poder establecido favoreció en su conjunto un clima propicio para la reislamización en su vertiente reaccionaria. Arabia Saudía desempeñó un papel central en ese proceso, distribuyendo dinero con generosidad, suscitando vocaciones y vasallajes, y fidelizando a las clases medias piadosas gracias a los productos financieros por el sistema bancario islámico. A finales de los años sesenta, el único lugar del mundo en que los ulemas consiguieron mantener el control del discurso público sobre los valores esenciales fue en Arabia Saudí”.

 

La invasión de Afganistán por los rusos intensificó la dependencia de la estrategia norteamericana respecto a los intereses de Arabia Saudí, mediante una nueva fórmula de amistades basadas en enemistades comunes. Los soviéticos, dispuestos a mantener un gobierno comunista tambaleante, estaban preocupados por el riesgo de contagio integrista en sus repúblicas musulmanas y Arabia Saudí se sintió amenazada. Acudió con financiación abundante a socorrer a los mujaidines. Estados Unidos no fue difícil de convencer: suministrando armas y entrenamiento a los afganos debilitaba, en el mundo bipolar de entonces, a su principal enemigo y además, tal como explicaron los saudíes, recuperaban crédito en las naciones árabes, se exorcizaban de la satanización trasladándosela a los soviéticos. El enlace clave en esa estrategia fue Osama ben Laden. La consideración reiterada de que fue un hombre de la CIA no refleja con exactitud como sucedieron los hechos. Ben Laden fue el hombre de la familia real saudí en Afganistán. El dinero de la petromonarquía sirvió para trasladar a voluntarios de todo el mundo musulmán para participar en la jihad.

 

Por primera vez integristas de todo el mundo se reunían en número considerable bajo la bandera común del Islam, al margen de las nacionales. A Estados Unidos le pareció redondo el negocio. Sin pérdidas de vidas humanas devolvía los agravios de Vietnam, mientras la generosa cuenta la pagaba la monarquía saudí. Ben Laden pasó a tener su ejército personal. Su posición mejoró cuando su mentor palestino Abdallah Azzam fue asesinado en circunstancias no aclaradas. Desde esas bases, con los radicalizados alumnos de las madrasas, podía poner en marcha un vasto proceso de ingeniería social en Afganistán y sus internacionalistas empezaron a exportar esa fórmula “pura” del Islam a naciones como Argelia y Egipto. El “señor de la cueva” -se hizo construir por ingenieros alemanes varios búnkers subterráneos- se dispuso a recrear en su propio beneficio el sueño del califato y a utilizar su fortuna personal para mantener unidos a los jihadistas y formarlos como terroristas suicidas, con el objetivo diseñado por Azzam: “este deber no acabará con la victoria en Afganistán; la jihad seguirá siendo una obligación individual hasta que reconquistemos cualquier otra tierra que era musulmana para que el Islam reine en ella de nuevo. Ante nosotros tenemos a Palestina, Bukhara, Líbano, Chad, Eritrea, Somalia, Filipinas, Birmania, Yemen del Sur y otros, Tashkent, Al Andalus”.

 

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