Noticias de Cantabria
10-01-2008 18:41

Ley natural contra consenso pagano

Decía George Orwell que hay tiempos en los que es preciso defender lo obvio. Y éste, manifiestamente, es uno de ellos. Lo obvio ha de repetirse hasta la saciedad para confrontar lo que se pretende convertir en crisis de civilización.

Porque la civilización occidental se basa en la convicción –en la realidad- de que existe una naturaleza humana, con una dignidad, lo que confiere virtualidad a la existencia de valores universales. Es decir, de una ley natural. Cuando exigimos respeto a la libertad de expresión en cualquier parte del mundo o a la libertad religiosa hacemos referencia a esa ley natural.

Cuando la Antígona de Sofócles se dirige al tirano que le niega la piedad de enterrar el cadáver de su hermano, muerto en batalla y bajo la acusación de traidor, se refiere a una ley que ha sido dada por los dioses, anterior a cualquier poder humano, a cualquier legitimidad. Es decir, nuestros derechos no provienen de la Constitución de 1978, ni de su legitimidad, sino que ahí, en todo caso, vienen reconocidos, porque nuestros derechos son anteriores, provienen de nuestra naturaleza de hombres, de nuestra dignidad. Pericles, en su Oración fúnebre, hablaba del “sentido universal de lo que es justo”, como algo que todos podían percibir.

Sócrates, Cicerón, Séneca son algunos de los nombres egregios de la civilización greco-latina que avanzaron por esa línea de la ley natural. Un pueblo de pastores ignorantes, recién salidos de la esclavitud en Egipto, explicitó, en el Monte Sinaí, esa ley natural en el código ético de los diez mandamientos.

La existencia de la ley natural, de derechos y valores éticos objetivos, es una limitación al poder, a la arbitrariedad, y en ese sentido tenía toda la razón el cardenal Agustín García Gasco, cuando en la concentración en defensa de la familia cristiana, señalaba que el deterioro del respeto legal –del positivismo jurídico- a la ley natural podía acabar con la Constitución y con la democracia. 

Vuelvo a repetir, porque la ignorancia en estas materias, ha avanzado mucho que cuando defendemos la libertad de expresión o la libertad religiosa en cualquier parte del mundo, estamos mostrando nuestra adhesión a la ley natural, por la cual la libertad es un corolario de la dignidad de la persona humana.

Lo que hace la Iglesia católica –y yo agradezco la fortaleza de sus pastores- es defender esa ley natural, cuya trasgresión tiene efectos perversos, devastadores, para las personas y las sociedades.

Los ataques contra la ley natural no provienen sólo desde la izquierda –hoy Juan Luis Cebrián afirma que “el laicismo sólo puede ser radical y el de ZP es descafeinado”- sino también, y no se denuncia, desde una derecha pagana, que con el mismo proyecto antropológico de laicismo radical, asume un extraño papel de liderazgo moral –o amoral- con meros fines mercantilistas. No hace mucho, Pedro Jota exigía a Mariano Rajoy y al PP que abominara, precisamente, de la ley natural. Éste consenso pagano es el peor de nuestros males actuales. Vamos a combatirlo a fondo desde A Fondo. Me gustaría preguntarles a Cebrián y a Ramírez ¿cuándo defienden la libertad de expresión es para ellos una convención o un derecho? ¿si la Constitución de 1978 no lo recogiera, seguirían defendiendo la libertad de expresión?

Puestos a elegir, antes que con Ramírez y Cebrián me quedo, por supuesto, con Antígona, con Sofócles, Pericles, Sócrates, Cicerón y Séneca. Y con Moisés. 

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