Noticias de Cantabria
Opinión 22-07-2018 19:45

Cuarteles de verano

Si bien la tradición declara los cuarteles de invierno génesis romana, aquí -en esta piel de toro curtida al sol- cuando llega la canícula se emprende una huida masiva a los cuarteles de verano. Constituyen, por su clima seco, el lugar menos ingrato para (quien pueda) pasar dos meses sin excesivo agobio.

Yo, residente en Valencia, a partir de junio reniego de ella. Reconociéndola ciudad perfecta para otoño, invierno y primavera, los veranos son agotadores, infernales, inhumanos. Conforma, con el resto de poblaciones marítimas, el hábitat idóneo por su climatología con la excepción expuesta. Constituye un indicio inequívoco de que nada es totalmente bondadoso, eterno, aunque tal ilación argumental muestre rasgos poco consistentes a través del hecho referido.

Me gusta mi tierra. Ubicado en la Manchuela conquense, a caballo entre Valencia y Albacete, el pueblo que me vio nacer es simétrico en distancia a ambas provincias. Podemos soportar cuarenta grados a pleno día, pero los amaneceres y atardeceres mitigan el exceso y, a veces, son fríos. Goza de alrededores interesantes. Cercano corre el río Cabriel que, en Contreras -ese puerto antaño ondulado, infinito, angustioso- separa Cuenca y Valencia. Qué recuerdos, cuando aquellos coches mágicos renqueaban midiendo espacio y tiempo con paciencia, con titánico esfuerzo. Tiempo atrás, Bono y Borrell, por celos políticos, se enfrentaron a florete para asentar su trayecto de AVE y Autovía 3.

El primero, presidente castellano-manchego, quiso catalogar cuatro mil hectáreas como reserva para, según él, proteger las Hoces y los Cuchillos, auténtica maravilla natural. Borrell, a la sazón -entonces- ministro de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente, rival político y gestor, pretendía un trazado diferente y, desde luego más barato, racional y seguro. Triunfó Bono, y hoy la A 3, a su paso por Contreras, conlleva un suplicio de retoques. Queda por ver si algún día no ocurrirá una catástrofe que se hubiera evitado vadeando el río por la Fonseca. Conozco el problema de primera mano porque formaba parte de la coordinadora de agricultores, que protestaba contra la innecesaria reserva, y pateé a fondo aquella zona.

Digo, mi pueblo dista cien kilómetros de Cuenca, treinta y cinco de Alarcón, doce de Iniesta y ocho de Minglanilla. Todos ellos, ciudad y pueblos, dignos de ser visitados. Cuenca no necesita razones concretas, pero Alarcón, Iniesta y Minglanilla, sobresalen por relevantes restos arqueológicos e históricos los dos primeros y el último por tener una variada y abundante riqueza minera, sal y yeso principalmente. Menciono también, aunque es de Albacete, Alcalá del Júcar, situado a cuarenta kilómetros escasos. Se trata de uno de los municipios pintorescos de España, declarado Conjunto Histórico Artístico desde hace varios decenios.

Julio es el mes del éxodo, de mi partida. Curiosamente la gente de costa va hacia el interior, mientras estos eligen la costa. Pobrecillos, se tuestan o asan y aún les faltan horas. Claro, la sabiduría del refrán se impone: “Sarna con gusto no pica”. Años ha, yo hacía lo mismo; al fin y al cabo, nadie se libra de modas socorridas, pero torpes. Aquí es donde se muestran querencias grupales, poco reflexivas. La masa actúa por inercia, ciega, huérfana de cordura. Enseguida ocupa el asiento propio del torrente, del agua salvaje, sin encauzar, falta de dominio, de equilibrio. Es el reflejo fiel de nuestros propios límites humanos. Aunque no siempre ocurra, bueno sería asumir yerros para procurar su corrección.

Este tiempo de sesteo, de abandono, debería llevarnos al análisis. Holganza y sopor permiten lucubrar sobre lo divino y lo humano sin solución de continuidad. Quien más, quien menos, aprovecha para compensar el letargo lector acumulado durante meses de frenético laboreo. La televisión reduce su horario de debates donde cada cual suele arrimar el ascua a su sardina. Por necesidades financieras, convergen -casi hasta la náusea- ascuas y sardinas porque toma ventaja una deontología lucrativa, de billetera. Charlas nocturnas a la puerta de casa, acompañados de frescor, vecinos y curiosos, rellenan, jalonan, jornadas bastante insípidas. De suyo, impera el relax.

Sin querer, vamos cayendo en una monotonía ahorradora: lo habitual repetitivo engendra automatismos austeros, de bajo consumo. No es estación para comer ni para dormir, más allá de un mínimo compensatorio. Suelo madrugar y camino casi cuatro kilómetros hasta Consolación, un santuario de peregrinaje comarcal. Quince minutos más abajo, mi amigo Poli -autodidacta y poeta- sobre el otero posee un olivar con vestigios romanos. A la vuelta, desayuno, lectura o escritura ocupan mis mañanas. Después de comer (sobre las dos y media, a pleno sol), mi hermano, vehículo en ristre, me recoge para ir al hogar del jubilado y allí “batallamos” varias partidas de dominó hasta acogotar la tarde. Termino con alguna película que nunca veo completa rendido por el sueño.

Y así, al compás de la vida, pasamos una y otra canícula con la esperanza -a veces vana- de no derretirnos sin remedio. En ocasiones, quizás como hábito irreflexivo, vehemente, se oye alguna que otra queja cargada de olvido desdeñoso. Nadie evoca ya aquellos veranos inmisericordes, sin alivios tecnológicos, donde la gente se daba el madrugón para recoger la mies en carros que denominé, años ha, de cadalso. Iniciaban la tarde tumbados, con pantalones de pana llenos de remiendos, realizando movimientos “girasombras” similares a otros típicos, pero al revés. Dormitaban de forma poco ortodoxa, paliando a saltos el hambre de descanso, no exento de aspiración. Aquellos años cincuenta del pasado siglo eran sofocantes, y no me refiero solo a la climatología. Por ventura o desventura, como vemos, tiempos pasados y memoria parecen disentir, completar un desacuerdo oportuno.

Abandono el inciso alusivo y me dejo llevar de nuevo por la fecha. No digo que estemos a plena satisfacción, pero avances increíbles nos deparan veranos mínimamente placenteros. Sé que la conformidad no es atributo humano; sin embargo, quien pueda hacer un ejercicio de generosa introspección considerará que se han realizado unos progresos, en la práctica, milagrosos. Feliz bochorno y que cada cual elija el hábitat de sus pecados.

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